TEXT PER A UN CATÀLEG DE L'ESCULTOR ÀNGEL CAMINO
Que sea un poco más largo o un poco más corto,
el camino a seguir está bien indicado:
penetrar profundamente en la naturaleza.
Vincent Van Gogh.
La realidad virtual, cual si fuera un recién descubierto séptimo continente -y ya, ¡por fin!, muy cerca del también séptimo cielo- es el lugar hacia donde emigran, masivamente, disfrazados de cibernautas, cada vez más amigos nuestros, querido Angel. Ex-amigos debiera decir, o quizás excombatientes, ¿no crees? Parece que el camino o no está ya tan bien indicado como decía Van Gogh, o alguien, con intenciones ocultas, ha cambiado con nocturnidad y propósitos alienantes los postes de señalización. Ahítos de derroche y de consumir la exhausta naturaleza, nos dirigimos como zombies -¿nos dirigen?- hacia la realidad virtual, es decir: la irrealidad, o séase la nada.
Casi todo empezó con el fin de la historia. Empezó la mudanza, el trueque de lo real y lo palpitante por los destellos evanescentes y el simulacro. La apología del pensamiento débil y del todo es relativo... Y la naturaleza empezó a oler, por aquel entonces, sólo a boñiga de vaca para las finas narices de los postmodernos. Y si es natural, oiga, por lo menos que sea con gas, y sobre todo efímera, porfa... suplicarían los más tolerantes, los más contemporizadores y menos fundamentalistas de entre ellos.
Te he reencontrado, querido Angel, casi después de diez años de no verte, perdido como siempre en tu buceo a pulmón libre por el alma de la realidad real de la piedra y del acero. Empecinado en seguir por el mismo camino que anduvo el loco de los girasoles, abriéndote paso a golpe de cincel, buscando el sentido del arte, quizás para huir del sinsentido cotidiano. Sigues, como siempre, asumiendo absoluta y plenamente todos los riesgos, para bien y para mal. Sabes muy bien que el arte es un combate, como ya dijo lacónicamente Millet, al cual se le olvidó sin embargo de identificar al enemigo, con lo cual es como si no hubiera dicho nada. El arte es un combate, ciertamente, un combate a vida o muerte contra uno mismo.
A la pasión generalizada por la cosa efímera, los hay que, para más inri y pecando de redundantes -porque cómicos, superficiales y festivos sí suelen ser, ya de por sí, estos llamémosles productos artísticos- con cierto arte le añaden el toque lúdico. Pero tu obra y tu mirada, nunca fueron di-vertidas. Vertidas hacia dentro siempre. Apolíneo sino el tuyo. Acaso en el comedor o en la bodega, pero nunca en tu taller tuvo un lugar Dionisos. Vertidas, tus obras, hacia dentro, en el fondo y en la forma. In-vertidas también, en el texto -nos recuerdan muchas de ellas, con crípticos alfabetos, que sin iniciación no hay sentido- en el pre-texto y también en el contexto (en el sentido vygotskiano, o mejor en el que le da Cole, que define el contexto como aquello que se teje juntos).
Viaje sisífico, el tuyo, pero siempre hacia adentro. Desde la piel de la piel -aquella que guarda los tatuajes, las más sutiles cicatrices, el aroma y el recuerdo imborrable de algunos besos; aquella piel de la cual sólo las serpientes aprendieron a desnudarse- viaje desde la piel de la piel, repito, hasta el centro del centro. Es decir, el vacío. El vacío central gracias al cual puede rodar la rueda y cumplir así con su destino, como el zen nos enseñó, y tu me recuerdas me ejemplificas y me discurres con palabras minerales, con pétreos guiños, con metálicos sintagmas.
Barcos somos, perdidos entre la niebla, y tañemos nuestras campanas de proa para ahuyentar el miedo, para silenciar el soplo sistólico de nuestra frágil y cansada víscera. Y también, para que negarlo: para esquivarnos, para evitar el fatal encontronazo. Pero en el naufragio generalizado, sigues siendo para mí, querido Angel, una boya, un referente. Y tu obra todo un tratado; un hermoso libro de viaje para recorrer el camino que vislumbró Van Gogh (un poco más largo o un poco más corto, qué más da, si no hay otro y ha de durar toda nuestra vida), con toda la soledad como único equipaje.
Diez años llevábamos sin vernos. Pretendí fotografiar tu obra reciente para aquel catálogo. Heridos y cegados por tu rayo quedamos los dos: yo y mi negativo.
Francesc Carbonell. Sant Gregori, primavera del 97
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TEXT PER A UN CATÀLEG DE L'ESCULTORA MERCÈ RIBERA
AMB MOTIU D'UNA EXPOSICIÓ SEVA A LA LLOTJA DEL TINT DE BANYOLES
(EN LA QUE APAREIXIEN TORTUGUES EN ALGUNA DE LES PECES EXPOSADES)
Durant molt temps es va pensar que l’art era la imitació i la celebració de la naturalesa. La confusió va sorgir perquè el propi concepte de naturalesa era una projecció d’allò desitjat. Ara que hem purificat la nostra visió de la naturalesa, veiem que l’art és una expressió del nostre sentiment de que, allò que ens és donat, que no estem obligats a acceptar amb gratitud, és impropi o insuficient. L’art fa de mediador entre la nostra bona fortuna i la nostra desil·lusió. A vegades s’eleva fins un to d’horror. A vegades dóna un valor i un significat permanent a allò efímer. A vegades descriu allò desitjat.
John Berger.
No us enganyeu. A la Llotja del Tint, afortunadament no hi ha cap tortuga. El belga René Magritte, l’any 29 ja va deixar ben clar un equívoc semblant: “Ceci n’est pas une pipe” escrivia sobre la tela d’un quadre titulat La trahison des images, on es podia veure el dibuix, la imatge d’una pipa. No, no hi ha cap tortuga. Afortunadament, repeteixo, ja que és un animal que m’inquieta d’ençà que sé l’etimologia del seu nom. (Ho sabies, Mercè, que ve del grec tartaroukhos que vol dir dimoni, textualment: “habitant de l’infern”?)
Jo defenso la teoria que el que s’exposa, el que es descriu a la Llotja, és allò desitjat (que deia en Berger) per la Mercè: conciliar els contraris, amistançar els oposats, harmonitzar els antagònics. O al menys, cercar el temps i crear l’espai i les condicions per a que esdevingui el diàleg entre ells. Per exemple (és ben evident) entre en Flànagan i la Mixa. Però també entre la lentitud que la Mercè enveja i l’atabalament que la devora. Entre la força, la duresa i la longevitat mineral que ella admira del queloni, i l’efímera, fràgil i delicada condició humana que la conforma. I més encara, entre la di-versió d’una possible primera lectura de la mostra, i la in-versió, el “vertir-se cap a dins” que més subtilment ens proposa. Simbòlicament cap a dins de la closca, però de fet, cap al centre del centre, és a dir: cap al buit.
Aquell buit central gràcies al qual pot girar la roda, com el zen ens va ensenyar i tu, Mercè, ens il·lustres, conciliant contraris, amistançant oposats, harmonitzant antagònics, en les teves millors peces.
Francesc Carbonell . Sant Gregori, primavera del 1998.
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Publicada a la REVISTA DE GIRONA número 178, setembre/octubre del 1996.
(Clicar sobre el títol per accedir-hi)
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